No sé qué hago aquí. Me encuentro amarrada por completo. Mi
cuerpo no pesa... creo que estoy desnuda pero con algo que cubre todo mi cuerpo
colgado. Mis manos arden... trato de tocar y sentir que hay, con de mis dedos,
y sólo el descubrir de algo puntiagudo que me sostiene en un espacio sin fondo,
sin poder ver nada, con la única y total sensación que querer olvidarlo todo.
Trato de recordar lo último que
mi memoria preserva y era sólo las
palabras de un anciano con mirada escalofriante por su ansiedad de deseo hacia
personas más jóvenes a él ¿Qué había preguntad?, claro... cómo dejar de sentir...
de sentir este odio, esta frustración, esta
desesperanza de amor que me cegaba en cada minuto por él… sólo por él, por
él, por él…
De la nada siento que toman mis
piernas. Las abren lentamente y trato de gritar pero algo cubre mi boca, mis
ojos, mi cuerpo, mis manos… todo. Pero con una facilidad para le permite
movilizar mi cuerpo… un material algo flexible que rozaba en mis piernas y que
se ajustaba como tela blanca. Alguien abre mis piernas inyectando sus uñas
entre mis muslos. Comienza a oler mi entre pierna. Podía sentir el vello de su
nariz acariciar mis muslos. Una horrible respiración que trataba de robarme
algo con cada exhalación. Una exhalación de dragón que rozaba mi epidermis. Con
cada inhalación, mi cuerpo sentía que se marchitaba pero con cada exhalación...
mi sistema se alteraba, se consumía en sí mismo, sin entender que era lo que
sucedía. Entonces, la humedad se desplazaba en forma de lengua entre mis nalgas.
A pesar de las vendas en mi boca, yo gritaba por desconcierto por desesperación
por deseo y mientras más lamía desde mi esfínter hasta más adentro de mi zona
frontal, no evitaba el llorar.
Extrañamente unos besos que
trataban leer cada pliego de mis pétalos como un roedor que buscaba donde esconderse.
Podía sentirlo incitante merodear entre mi sexo. Lo escuchaba disfrutarlo por
sus sonidos de placer, lamiendo y provocándome llorar y mientras más me humedecía,
él sólo olfateaba tratando de robar el aroma de mi emoción. Sus labios
sostuvieron como tenaza uno de mis pliegos
para luego dar una ligera mordida muy suave y dolorosa, pero excitante.
Todo me daba vueltas dentro de
este oscuro espacio desértico llamado mente. No había dirección o gravedad sólo
un animal por hombre que con sus manos reconocía una y otra vez la elasticidad de
mis órganos y mis sensaciones. Unas sensaciones fecundadas de odio y
humillación. Una última mordida, certera e hirviente. Podía sentir líquido resbalarse
de mí, mancharse sobre todo mi cuerpo. Un líquido...probablemente rojo, probablemente
deslamado y la gravedad regresando a mi cuerpo provocando el sentir de como
caía o bajaba o me desplazaba. Entonces sólo agua, un lugar con agua que
permitía relajar a mi cuerpo por unos segundos. Pero como si hubiera vivido en
la oscuridad del silencio de la nada, ruidos: risas, copas chocando, el aroma
del cigarro contaminaba mi garganta, un olor amargo que se sentía en el
ambiente y música festiva; carcajadas sobre actuadas y gritos de placer...
Yo sin poder ver, sólo sentía mi
cuerpo que se enfriaba en aquella agua que ahora llegaba hasta mi cuello pero
que en ningún momento podía tocar con mis pies algún fondo. Luchaba y buscaba
donde poder sostenerme y de la nada... sentí que me tomaban otra vez. Por un momento
creí que sería otro hombre, pero la sensación de aquello que se aferraba
duramente sobre mí no era humano. Varios de sus brazos se aferraban a mi piel, lastimándola
y succionando como pequeñas mordidas sobre mis piernas. Uno de aquellos brazos buscaba
entre mi cuerpo alguna entrada. Tres de sus brazos se aferraron sobre mis
pechos agarrándolos, como si me odiase, inyectando sus pequeñas mordidas en mis
pezones, mientras que otro de sus brazos se desplazaba para cubrir todo mi
cuello. Éste, él único fuera del agua, podía sentir con más facilidad su
aspecto viscoso y animal de mar que no dejaba de aferrarse de mí como si al
hacerlo pudiera salvar su propia vida. Éste fue subiendo y comenzó a descubrir las
vendas de mi cara liberándome para poder ver.
Una luz incandescente me provocó
cerrar nuevamente mis ojos pero tratando de ver más allá de lo que mi
imaginación me permitía notaba hombres en trajes, mujeres con plumas, velas, copas,
arlequines desnudos, sexos al aire, mujeres desnudas de todo tipo de formas: delgadas,
obesas, con tetas grandes, e incluso niñas; hombres musculosos que hacían
malabares, un presentador barrigón que sólo usaba un moño y una enorme camisa
que le cubría la mayor parte de su cuerpo maquillado como mujer y haciendo
anuncios al público. Por un momento creí desmayarme sin poder creer en el lugar
que había llegado, el cómo había llegado por sólo desear dejar de sentir toda
emoción en mi mente.
Uno de los tentáculos comenzó a introducirse
a mi sexo, provocándome despertar. Eran alrededor de seis pulpos gigantes que
estaban aferrándose a mi cuerpo, que, sumergido en un estanque de cristal, los
hombres y mujeres veían maravillados. Uno de los animales comenzó a introducirse en mi boca, asfixiándome poco
a poco mientras trataba de sobrevivir agitando mis piernas e intentando
liberarme de mi amarre en manos. Un señor de traje señaló a uno de los pulpos
que, por mis movimientos, se iba introduciendo más y más entre mis vellos. Un
acróbata, con un gancho, empezó a buscar en mi entrepierna y sacó al animal arrojándoselo
a un cocinero que, en una plancha, comenzó a cocinarlo. El mismo acróbata
aprovechó y retiró al pulpo de mi boca obligándome a mantenerla abierta y me introdujo
un líquido verduzco que hizo que todo ruido se disipara ligeramente. Había cierto...
cierta... extraña emoción que me recorría como si mi electricidad pudiera verlo
todo: con frío y calor, el agua, las bestias, incluso sentir como se paseaba la
muisca entre mi cuerpo; como tocaba la pecera y la hacía vibrar. Me hacía
sonreír, me daba cierto... poder de saber que todo lo podía conocer y predecir.
Los hombres gritaban agitados y
un señor musculoso en una finta de tarzan de circo trajo una anaconda mientras
me sacaba el acróbata de la pecera. Podía sentir otra vez la sangre pasar por
mis brazos a pesar que podía ahora sentir todo de una forma diferente. Mis
fuerzas habían desaparecido, no podía moverme. Aquel dulce sabor que me habían
dado, se había apropiado de mi cuerpo. El ridículo tarzán tomó la serpiente y
la colocó sobre mi cuerpo. La serpiente comenzó a enroscarse en mis costillas y
yo se lo permitía. Era como un abrazo excitante que podía sentir cada hueso de
su larga fisonomía enredarse en el mío. Podía sentir sus órganos palpitar sus
húmedas escamas enredarse y mientras estaba tratando de devorarme el hombre musculoso
comenzó a abrirme de piernas introduciendo su pene en mi ano. Sentía su sexo
húmedo, excitado, deseoso desde hace horas.
Trataba de meterlo por completo y
me escupía. Mientras movía su cadera hacia adelante y atrás de forma constante la
anaconda comenzó a salivar y dislocar sus huesos para abrir su boca. Empezó a
esconder sus dientes y simplemente introdujo su boca en mi cara. La asfixia era
aun mayor pero complaciente. Me estaban matando. Me estaban destruyendo y
mientras me sostenía aquel hombre grande rasguñaba mi espalda mientras yo
deseaba que el último deseo de liquidación llegara como un orgasmo que jamás
hubiera sentido en mi vida. No respiraba, mis costillas se iban fracturando y
mis pulmones no podían extraer mayor oxígeno... mi cuerpo se iba enfriando, mi esfínter
se relajaba, mis desechos resbalaban entre el sexo de aquel repugnante tarzán
de circo mientras que él se excitaba más por la experiencia. Entonces, de la
nada, tomó un machete y cortó el cuello de la serpiente. Comenzó a abrir las
capas de grasa y músculo del animal para que entonces a través de un orificio pudiera
ver mi cara.
Él sonreía, yo respiraba y me
parecía delicioso, tan excitante y enfermo que en su momento. Tras una sonrisa
de aceptación, el hombre tomó la cola del cadáver y la introdujo en mi vagina. Yo
tosía y escupía la sangre de la anaconda. Me dolía, dolía aquella necrofilia. Me
hacía recordar cosas, me hacía pensar en Albert y su partida; en como su muerte
provocó que mi alma se partiera en dos.
El anciano que había recordado
hace poco apareció y sonreía. Retiraba el cadáver de mi cuerpo e introducía sus
manos frías y con aquellas largas uñas entre mis pliegues, lo disfrutaba y con
sus dientes quebrados y retorcidos mordía mi pecho. Lo mordía con tal de
hacerlo sangrar. Lo hacía sin pensar con la verga hinchada y la gente gritando,
disfrutando del show. Tomé la mano del anciano, de aquel demonio, que me había
invitado a aquel viejo teatro de lo inmoral. Provoqué que sus uñas se enteraran
en mi corazón. Su rostro fue inimaginable: angustiado, con miedo, con
desconcierto...una total decepción.
Pudo sentir mi corazón y
reconocer que detrás de todo este morbo y seducción existía un alma perdida en
su propia bondad, en su propio camino de blanco y rojo. El hombre gritó petrificándose
en piedra. Mi cuerpo se estremeció y comenzó a incendiarse por voluntad propia.
El hombre que me violaba, comenzó a gritar con la verga quemada. Trató de huir mientras
todo su cuerpo se incendiaba por el alcohol en sus venas. La gente trató de
huir y todos escandalizados trataban de
sobrevivir. Todo se quemaba, mi llanto se convertía en hileras de llamas que provocaban
la muerte de todos los individuos y cada uno.
El calor que tanto sentía en mí, el
hervir de la sangre que destruía a cada uno. Lo disfrutaba, disfrutaba verlos
sufrir, verlos derretirse sus pieles ancianas, verlos llorar y chillar como
cerdos. Verlos destruirse a sí mismos por sus voluntades. Todos se desvanecían mientras
yo como volcán, desprendía mi última lava en el teatro convirtiéndome en piedra.
La luz del sol dejó ver las
ruinas de aquel viejo teatro de lo inmoral y escapatoria de las realidades
mientras un ligero humo verde se disipaba con sus rayos.