lunes, 27 de febrero de 2017

El Nido

El aroma de un buen día. El sol y las estrellas enfrentándose en un firmamento onírico del día sin día y de la noche sin luna. Todo pintando colores de fantasías de la ignorancia de si existirá un verdadero mañana. Sólo mera transición de eventos, viento, brillo de estrellas y una ciudad que jamás duerme. Está el aire soplando para que la pequeña ave pueda volar pero con la poca energía que le queda trata de caer sobre el nido que se estrecha entre sus pequeñas plumas. Depositando los últimos pétalos que había reunido, acomoda una almohada rojiza para colocar su cabezilla. Cuando el sol comienza a sobresalir en el firmamento, la avecilla simplemente murmura una tierna canción de cuerdas, percusiones, ... simplemente notas. Y mientras su sonar hacía llevar a crear una bella canción de cuna y amor, el nidillo caía con toda fuerza fuera del árbol. Tras la última nota que la feliz ave había conseguido, todo lo que había creado azotó contra el piso: las ramillas cafeces y amarillas no fueron lo suficientemente resistentes para soportarse unidas, estas se destruyeron al instante, así como las verdes hojas recién cortadas que habían cargado el rocío del amanecer para detener la sed. Sólo quedaban los recientes pétalos de rosa que había cargado por toda la noche, junto con los viejos pétalos que había atesorado desde que había iniciado su pequeño nido. Sólo quedaba la pequeña ave cubierta en pétalos de rosa carmesí, sabiendo lo que le deparaba al momento de hacer un último canto. En el firmamento era sólo la luz majestuosa de un sol que desvanecía con su calor las ramas y hojas llenas de agua. Lo único que permitía seguir existiendo era el bello cadaver de la avecilla que había cargado sus tiernos pétalos de sangre. Aquella mirada de ojo negro que aspiraba por un mejor futuro: el ave simplemente se veía más pequeño ahora que estaba muerto. Tierno destino.