viernes, 20 de abril de 2012

Contando Cuentos a los Niños de Primero de Primaria.


Desde que quedé solo en el salón el día viernes 13 de Noviembre y la maestra comenzó a disciplinarlos, a decirles que se pusieran de pie con los brazos cruzados y mirada al frente lo sospeché: iban a ser complicados de tratar. He comentado que me fue “horrible” en el sentido de que no encontré la manera de mantener un control, por en cuestión de paciencia, sí la tengo y más con los niños (hasta cierto punto) el problema fue que no supe como mantener la situación en orden.

Primero, les relaté el cuento de El niño que se quería comer el sol. Utilicé elementos del mismo salón, en el sentido de que había un sol al fondo, detrás de los niños, y asociar ese tipo de sol con la historia como una especie de introducción o frase para comenzar. Era simple: ese sol me recuerda a un niño que conocí… Recordé que en el cuento, el niño se llama Luis y es un nombre muy común, por lo tanto pregunté si alguien se llamaba Luis y efectivamente, había dos personas que se llamaban así. Entonces comencé a sacar otros nombres a preguntar si había alguien que se llamaba así y terminé diciendo que el niño se llamaba Gustavo (siendo yo el único que se llama así en ese momento) y continué la historia. El problema con haber hecho este tipo de búsqueda de los nombres fue, que cuando dije los de otros personajes (Pepe y Carlos) los niños empezaban a decir y levantarse de sus asientos “¡Tengo un primo que se llama Pepe!” y así consecutivamente. Logré terminar esa historia de manera algo moderada. Pero a causa de todo esto los niños empezaban a emocionarse y salirse de sus asientos, a correr, un par a golpearse entre sí (mientras las dos maestras presentes charlaban una con la otra), total: empezaban a estar fuera de control.

Era turno de la Hormiga Herminia: aproveché de que era un animal sumamente pequeño e hizo alusión que se encontraba en el salón de clases. De esta manera les decía “¡No griten!, porque a esta hormiguita le lastima sus pequeños oídos”. Algunos hicieron caso, en su mayoría sí, al principio, pero después empezaron a esparcirse. Me dio mucha gracia al llegar a la parte triste de la historia: cuando la hormiga recuerda la muerte de su madre. Como era constante, algunos charlaban entre sí, pero en su mayoría que ponía atención, escuché el comentario de una niña “No, mejor una historia con final feliz”. Claro, los niños están acostumbrados a ese tipo de cuentos o varios simplemente prefieren ver algo agradable en su mente. Total, traté de jugar un poco con la pelea del ave y la tarántula y les agradó pero ya el final al parecer no pude cerrar muy bien ya que estaban completamente distraídos.

Fue al final de ese cuento cuando todos estaban inquietos y comenzaban a gritar “¡QUEREMOS UN CUENTO DE TERROR!”… Me di cuenta que no tenía repertorio de cuentos de terror… pero si recordaba algunos cuentos que había leído hace tiempo que se basaban en leyendas mexicanas y traté de contárselos. Hubo comentarios “Hay no, porque me va a dar miedo”. Dije que contaría uno que no les causara tanto miedo… pero por lo mismo que trataba que no diera tanto miedo y que no lo había preparado… fue una catástrofe. Los niños ya corrían de aquí para allá y por acullá.

Por último, traté de contarles la historia de la Pancita rabiosa. Había perdido, hasta ese punto, completo control y autoridad en el salón de clases. Sólo muy pocos ponían atención, principalmente las niñas. Traté de jugar con la cuestión de la panza rabiosa metiendo la mano por debajo de la playera y simulando que esta tenía vida. Algunos se sorprendieron, pero eran mucho más el escándalo de los niños y su distracción. Decidí por sentarlos en el mismo suelo para cambiar la cuestión de estar en un asiento. El problema fue que no di la indicación clara y dije algo así como: “¡Haber! Vengan todos aquí los que quieran que les cuente el cuento” había señalado alrededor mío y en vez de hacer eso, llegaron y se me amontonaron. Uno tras otro, encima de mí, tomándolo como un divertido juego. Comprendí que no pude controlar bien la situación, no me enojé ni frustré al contrario: me dio risa y gusto que tan siquiera se hubiesen divertido, el problema fue que no pude lograr mi objetivo de tener más su atención. De hecho traté de contarles la historia ahí mismo, mientras me tenían sometido contra el pizarrón, pero era imposible porque comenzaban a caer como pinos de boliche entre carcajadas y juegos. Terminé contando la historia en fragmentos, inclusive bajé la voz para ver si así ponían atención (ya que recuerdo que así hacían algunos maestros y una cuentista bibliotecaria) pero tampoco funcionó.

Me dispuse a partir y fue cuando la maestra los tomó por control, como soldados a través de tomar distancia, brazos arriba, a un lado a otro, firmes y despidiéndose del “profesor”.
P.D.: Nunca me habían dicho profesor… es muy extraño.

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